jueves, 24 de marzo de 2011

Lisboa!!! EMBRIAGADORA Y MELANCÓLICA

Las imágenes de la capital portuguesa siempre quedan atrapadas en la memoria del viajero para rescatarla una y otra vez. Sin duda, el recuerdo de Lisboa se revive una y mil veces con su color dorado, el sabor antiguo y el aire decadente que da rienda suelta a esa peculiar saudade, pero también a la ensoñación. Empapada entre los versos y evocaciones de Saramago, Pessoa y Queiroz, es una ciudad a la que definitivamente se le quiere desde un primer contacto.


Y sólo basta caminar sus cuestas y calles empinadas, sentir el olor añejo de sus fachadas, conocer a sus habitantes, escuchar el ruido a bordo del tranvía, disfrutar de la cadencia del fado portugués, recorrer sus plazas y ver como el Tajo la protege y le permite abrirse al mar a sus anchas. Además, su entramado brinda muestras indiscutibles de lo que han sido las diferentes construcciones medievales, las representaciones de la arquitectura funcional y los destellos art nouveau.


En el corazón de la ciudad, la plaza del Comercio nos lleva con trazados absolutamente rectos hacia el Rossio y la famosa avenida da Liberdade. Todo su entorno pareciera adentrarnos al pasado de Lisboa donde hoy, incluso, se pueden apreciar las antiguas lanchas de pescadores, los grandes navíos y los antiguos vapores en el Muelle de las Columnas.


En sus cafés antiguos y bohemios se vive el espíritu bucólico y pintoresco. No en vano, uno de los famosos rincones es el café do Arcada do Marhino, reconocido por albergar allí la mesa en el que el poeta Fernando Pessoa escribió Mensagem.


Encanto arriba y abajo.



Arriba, desde sus colinas y miradores Lisboa también se entrega con todo su esplendor. Situado en uno de los puntos más elevados, el Castillo de San Jorge ofrece un regalo visual con sus vistas privilegiadas de toda la ciudad. Un sitio ideal para el sosiego y la contemplación. A sus pies, yacen la Baixa, el Convento do Carmo, y el Tajo. Otros de los principales puntos que sirven de miradores son la atalaya de Santa Justa, San Pedro de Alcántara y Santa Catalina.


Inevitable es darse un paseo por la zona popular y comercial de Chiado para luego atravesar el otro lado del Tajo, donde yace Belém; considerada como Patrimonio de la Humanidad, la torre de Belém, revive los tiempos del reino de Portugal en su máxima expresión. De ahí la forma cuadrada de su fortaleza y de sus refi nados balcones que no desvirtúan su objetivo defensivo propio de la época.


En sus inmediaciones se encuentra el Monasterio de los Jerónimos. Merece la pena visitar el claustro, así como la iglesia, considerada como una de las más bellas de la época, gracias a sus osadas bóvedas. Antes de abandonar esta zona, hay que probar los deliciosos pastéis de Belem (pastelitos de hojaldre y crema). Aunque se consiguen en toda Lisboa, los mejores son los de aquí sin duda.


Y si hay algo que habla por sí mismo del talento artístico luso por excelencia es el azulejo: el arte nacional de Portugal. Por esos hoy numerosos edificios y palacetes conservan estos revestimientos de azulejos y en más de 50 museos están distribuidas las piezas que van desde las más clásicas hasta las más vanguardistas. Una y otra razón más para quedar atrapado por el inevitable encanto de la capital portuguesa.



Dayana Figarella

info@primeraclase.net

Twitter: @tierrabendita

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